Hugo es extraordinario.

Autora: Marina Maggie Tena Tena

-Ocho, nueve, ¡Y diez!

Jugar al escondite con Hugo es realmente difícil. Es el mejor: Siempre encuentra el mejor sitio y se queda tan quieto que aunque pases a su lado no lo ves. Una vez hasta se escondió en el maletero del coche. Lo estuvimos buscando durante horas y papá y mamá se pusieron muy nerviosos. Ese día pusieron otra norma en el mural: No jugar a escondernos en sitios peligrosos como el maletero, el ático o en el congelador.

Hugo entiende mejor las normas cuando están escritas y dibujadas en el mural. No es que no entienda las palabras pero cuando vienen muchas de golpe le aturden. Es como si las palabras o las miradas pesasen mucho, o como si ocupasen todo el aire. Por eso es mejor dibujarlas y escribirlas. Y una vez que las memoriza a Hugo no se le olvidan nunca. Tiene una memoria increíble. ¡De elefante!

-¡Allá voy!

Me doy la vuelta y busco en su cuarto. Papá siempre dice que tengo que aprender a ser tan ordenado como mi hermano pequeño. Cada cosa esta siempre en su sitio, y es el más organizado ordenando todo. Sólo tiene siete años y nunca pierde nada. Ni un lápiz. Busco por debajo de su cama y en el armario, dónde no hay nada de ropa amarilla porque Hugo dice que el amarillo es un mal color.

Hugo tampoco está aquí. Tengo que esforzarme más.

-Te voy a encontrar estés donde estés.

Me río un poco porque ahora voy a tener que encontrarlo de verdad. Hugo no entiende de mentiras. A veces, ni de bromas. Una vez mamá dijo que se iba a morir de frío y Hugo pensaba que mamá se moría de verdad. Hay que tener cuidado con cada palabra porque las palabras para mi hermano son verdad. (Seguro que por eso para el cada palabra pesa y ocupa mucho espacio.) En realidad esto es algo que me gusta muchísimo de Hugo: Que no miente nunca. Es la única persona que conozco que nunca ha dicho ni una sola mentira.

Por eso sé que siempre voy a poder creerle y confiar en él. Y eso hace que quiera esforzarme más cada día para que él pueda creerme y confiar en mí.

Busco por la cocina, en la estantería de la escoba. Detrás de la puerta. Debajo del escritorio de mamá y de la mesa del salón. Entre los abrigos de la entrada y los juguetes de mi cuarto. ¡Hugo es el mejor jugador de escondite que conozco! Ni se ríe ni hace ningún ruido, y se le ocurren siempre los mejores escondites. De mayor tiene que ser espía. Con su memoria y su habilidad para esconderse sería el mejor del mundo.

-¡Por fin! ¿Sabes cuánto me ha costado encontrarte?

Hugo me mira desde dentro de la bañera cuando descorro la cortina. Primero me mira al pecho, luego se arriesga y sus ojos se encuentran durante un instante con los míos.

-Veintitrés minutos.-Mira su reloj y me lo enseña.-Cincuenta y dos segundos.

Me río. Hugo me mira reírme antes de sonreír.

-Es un récord.

-Cada vez mejor. ¿Jugamos otra?

Hugo asiente, mirándome otra vez de reojo con la sonrisa más en la mente que en los labios. Sale de la bañera siguiéndome hasta la pared dónde siempre empieza el juego. Me mira con sus ojos grandes y negros.

Eso es lo que la gente que me mira con cara de pena no entiende; esa gente que me dice cosas como: “Pobrecito, lo que te ha caído a ti con un hermano así. ¡Qué pena que Hugo no sea normal!” Lo que esa gente no entiende es que yo no quiero ningún hermano normal.

¿Por qué iba a cambiar un hermano normal por el mío que es el mejor jugando al escondite, el que nunca va a mentirme, el que siempre cuenta todos los segundos y tiene memoria de robot? ¿El que cuando sonríe lo hace desde dentro, con los ojos negros brillando con tanta confianza en mí que hace que me esfuerce en ser mejor?

¿Para qué iba a querer un hermano normal si Hugo es extraordinario?

 

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