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 Autora: Mar Caneda Estevez

Si quieres que yo te lo cuente, te lo cuento en palabras. Si te lo contase Diego, te lo contaría con números. Porque, para el, todo nuestro mundo gira en torno a ese, su factor común.

Diego tiene 8 años y medio. Mientras le cambio el pañal a su hermano Gael, que tiene 2 años y medio (que ya debería pedir pis y caca pero no lo hace), Diego mira el calendario para saber cuantos días de vacaciones le quedan. Luego se sienta a merendar mientras ve una peli. Pienso en lo diferentes que fueron los embarazos. Durante el primero estaba trabajando, sometida a mucho estrés. Además no lo ansiaba tanto como David, por mi parte es cierto que hubiese esperado un poco más para tenerlo. Pero aún así no me arrepiento, que conste.

En el trabajo estaba continuamente cerca de ordenadores, teléfonos e impresoras. El parto fue provocado con oxitocina y, al no dilatar, acabó en cesárea. Un desastre. El segundo embarazo fue completamente diferente. Me apetecía mucho tener un segundo hijo, darle un compañero a Diego. No trabajaba y estaba en casa. Estrés 0. Me puse de parto y ni siquiera me pusieron la epidural. Un parto completamente natural. Asi que los factores ambientales desde luego no fueron los «culpables» de que mis 2 niños tengan TEA.

Diego acaba el bocadillo. «estás llenito o quieres algo más?» le pregunto. «Estoy lleno un…80% ¿hay yogur de beber?» Mientras se lo voy a buscar, y tiro el pañal, coge el mando de la tele. Pulsa el botón «info» para ver en pantalla cuantos minutos han transcurrido de la peli, cuantos quedan y la duración total. (Los dice todos en alto y los repite un par de veces en bajito). Mientras yo busco inconscientemente «culpables» de por qué hace lo que hace, Diego deja el mando y bebe el yogur. Gael abre las puertas de los armarios de la cocina que yo acababa de cerrar y vuelve a sentarse y hacer girar la rueda del coche. «Mira, el número 8 ha chocado 2 veces ¡2 veces! (el 8, 2 veces; el 8, 2 veces)» repite bajito. Dentro de un rato volverá a coger el mando. Un rato. El eterno conflicto.

Uso mucho esa expresión y Diego se desespera. El otro día fuimos al parque con Gael. Aún no habíamos llegado y ya me preguntó cuanto tiempo íbamos a estar. «Un rato», le dije. «¿Pero cuanto?» Vuelve a preguntar. Le vuelvo a explicar que un rato es un tiempo que no sabemos, que normalmente es entre 5 y 20 minutos, o incluso menos. «Pero a ver Mar», (hace casi 2 años que no me llama mamá porque le da vergüenza, dice) «¿van a ser 5 o 20?» Y yo, rozando el borde de la desesperación, le digo que no lo se, que depende de si hay mas niños, si Gael no se pone pesado, si el lo pasa bien… Se que necesita saber la cifra exacta, pero si le digo 20 y luego estamos 30, me acusa de mentirosa y ni se acuerda de lo bien que lo pasó jugando.

Anteayer estuve intentando que Gael conteste «Gael» y «dos» a las preguntas ¿como te llamas? y ¿cuantos años tienes? Pero Gael se limita a repetir TODO lo que digo, pregunta y respuesta. Diego está fuera intentando ganarse los euros que le prometió la abuela por ayudarle a recoger manzanas y hojas caídas del jardín. «¿Qué pesa mas, 3 manzanas o 1000 hojas?» Le pregunta a su abuela. Gael se levanta y enciende y apaga la luz. «No» le digo mientras le aparto del interruptor e intento que me conteste. «La luuuz» obtengo por respuesta a la pregunta de cuantos años tiene. No escucho la respuesta de la abuela con las risas de Gael. Desisto por el momento.

En el coche, al poner el intermitente Gael chasca la lengua imitando el sonido. Que facilidad para imitar sonidos y que poco lenguaje no ecolálico.»¿Por qué pone 50 en esa señal?» Pregunta Diego. Se lo explico, pero aun no terminé la explicación y ataca con «¿por qué le falta un trozo a ese 4?». «¿De qué me hablas Diego?» Le pregunto mientras busco fuera algún cartel que ponga números. «Ahí, en el reloj». Miro al reloj del coche y le explico que también el 4 se escribe así. «Me pregunto cuántos grados hace… » Ataca otra vez, mientras sigue «1, 2, 3, 4, 5, 6, 7…» hasta 20 y luego empieza con los negativos «-1, -2, -3…» pulso el botón del coche que lo indica y le digo que mire. «¡Ah!, ¡23 grados! (23 grados, 23 grados repite en bajito)».

A Gael le encanta ir en coche (además de encender y apagar las luces, y abrir y cerrar las puertas de los muebles) A veces voy a buscarle a la guardería con Diego, otras veces voy sola. Pero al subir al coche Gael siempre dice «Hola Yeco» aunque su hermano no esté en el coche. Si no está, tras saludar a «Yeco» dice en un tono más agudo: «Hola Gael, güenos yias» que es lo que le responde Diego siempre. Aunque sea por la tarde. A veces se da cuenta y se corrige «ay, buenas tardes». Pero Gael saluda a «Yeco» siempre. Espero que pronto me entienda cuando le explico que solo debe decir eso cuando esté su hermano.

Ahora Diego está mirando el libro que estoy leyendo. Está mirando cuantas páginas tiene. «Vaya, este libro tiene 638 páginas… ¡eso es muchísimo! Y estás en la 126… ¡te falta mucho para acabar!» No le interesa el título. Ni siquiera si me gusta, o de que trata. «¿Que hora es?» Pregunta. «Las 8 menos 12» respondo. «Ah, las 7 y 48 entonces». Gael entra y enciende la luz. En cuanto se va la vuelvo a apagar. «Mar, si yo tuviera otro hermano seríamos 5». ¿Y eso a que viene ahora? Da igual, su mente viaja por autopista mientras la mía va por un camino de vacas. «Si cariño, pero los papás no queremos mas hijos. Estamos bien como estamos». Eso lo tenemos David y yo más que claro, aumentar la familia está fuera de nuestras expectativas de futuro. Con 2 TEA dentro de nuestra familia de 4 es más que suficiente. «¿Que pasa, que si teneis un ciento de ellos os salen todos asi?» Nos preguntó un amigo. Más números. «Pues parece que sí». 2 de 2. Pleno. De nuestra pequeña familia de 4 miembros 2 tienen autismo. 2 de 4 llega. Un 50% tiene autismo, diria Diego.

Mi cabeza sigue dándole vueltas a los porqués pero en el fondo se que ya está y no hay más que hacer. Hubo una temporada en la que me sentía mal conmigo misma. Me sentía como una fábrica de niños autistas… pero eso ya no ronda mi cabeza, tras la reciente ligadura de trompas. ¿Cómo contar que ahora que se que no voy a tener más hijos me siento… aliviada? Si. Supongo que esa es la respuesta. 1 solo nos parecía poco, pero 2 es suficiente.

Mientras esos pensamientos revolotean por mi cabeza recojo un catálogo de juguetes abierto. No hacen falta marcas, Diego sabe que lo que quiere está en la página 28. Igual que se sabe todas las tablas de multiplicar «ordenadas» como dice él. Más que saberlas, las calcula. Va sumando de 2 en 2, de 5 en 5, de 9 en 9… Y si le preguntamos salteadas busca el resultado mas cercano que sepa y le suma o le resta lo que corresponda. «¿Cuánto es 9×8?» Tarda un poco en contestar (está calculando) y dice el resultado. «Muy bien» le halago. «Es que 9×10 son 90, menos 18 son 72». No tiene mucha memoria pero se las apaña. Se entretiene contando. Hace unos días estaba jugando y de repente se levanta, se me acerca y me dice «¿Sabes hasta que número he contado? Hasta el año en el que estamos.»

Gael entra y enciende la luz. «La luuuz…» dice mirando la lámpara y haciéndole una mueca. Diego juega a los «Angry» (en su versión de carreras de coches) en la tablet y anota las puntuaciones de cada partida en una hoja, donde también anota la posición, los centímetros cúbicos y otras cosas que no entiendo, pero no le pregunto, porque le da verguenza que lea sus cosas. Gael abre otra vez todas las puertas que alcanza y cierra la de la cocina.

2 de 4. Y ahí nos plantamos.

 

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